Mari Luz, la nueva profesora de
Carlitos era muy especial. “A diferencia
de casi todos vosotros yo cumplo años dos veces cada año”. Y es que la
joven había sobrevivido a un terrible accidente del que le habían quedado
numerosas secuelas. Decía que su segundo cumpleaños era el día de Nochebuena. “Ese día llevaba ya dos meses en coma,
luchando entre la vida y la muerte, hasta que el canto de un Villancico de un
coro que trataba de animar a los pacientes en el Hospital me despertó. Por eso
para mí la Navidad tiene un sentido tan especial”.
Tras cumplir con la tradición de
plantar y vestir el árbol en los días cercanos a la Inmaculada, les dijo a sus
alumnos: “Este año os voy a hacer vivir
una Navidad que recordaréis siempre”.
Cada día, cuando los niños
entraban, les arropaba con música ambiente. Una dulce melodía que estimulaba sus
moldeables sentidos. Las clases resultaban más agradables de aquella manera. Cuando
parecía que el ánimo iba menguando, paraba la clase y los llevaba junto al
árbol. “Coged el cojín que os dije que trajeseis y sentaos alrededor del árbol”
Una vez todos en su sitio les hacía cogerse de la mano: “Cerrad los ojos y
respirad lentamente tal y como os vaya indicando”. Poco a poco, sumidos en el
remanso de paz en el que iban entrando, les deleitaba mediante un relato
navideño con voz, tono y pausas sugerentes, propicios para ser vividos desde la
inocencia. Un día tocó oler la Navidad, otro olfatear los sonidos, uno de ellos
les propuso escuchar con el corazón, “no
con los oídos que eso ya sabéis hacerlo desde siempre”.
El último día de clase, preludio
a las vacaciones escolares, tras el habitual relato con que les regalaba cada
día, les propuso tocar la Navidad. “Nos
ponemos de pie y con los ojos cerrados vamos a andar por la clase. Hoy no os
molestarán las mesas y sillas, las he retirado antes de que entraseis. Con
vuestras manos id cogiendo trozos de Navidad, los oléis, los escucháis y los
tocáis. Si es preciso los masticáis. Yo cuidaré de que no choquéis ¿vale? Seguid
mis palabras. Orientaos por la música. Y…, lo más importante, dejaos guiar por
vuestro corazón”.
Mari Luz les iba poniendo en sus
manos ora un juguete, ora un trozo de dulce, o bien un peluche, un espumillón o
una figurita del Belén. A uno le hizo tocar una ramita del árbol en el momento en que la hacía crujir. A otro le
puso las manos en el altavoz del equipo musical para que notase el “bum bum” del
tambor,… o de la zambomba, ¿o era el chin-chin del metal de la pandereta? A otro le hizo frotar fuertemente las manos
para que sintiera el calor de una hoguera…
Era Nochebuena. Carlitos había
ido con sus padres a cenar a casa de los yayos como dicta la costumbre. Volvían
a ser unos quince, contando a primos, tíos y por supuesto a sus abuelos. Aunque
este año, la abuela no había preparado la cena. Estaba en la cama muy malita.
Entre toda la familia organizaron la velada. Pero…, algo no iba bien. “No gritéis que la yaya está malita”, “Baja
la música niño”, “Esa pandereta”, “No corráis”… ¡Demasiadas quejas!
“¡Esto no es la Navidad de Mari Luz!”, pensó Carlitos, desde la
inocencia de sus recién estrenados siete años. “Bueno, ni la de la seño, ni la del año pasado, ni la que a la yaya le
gustaría”.
Así que ni corto ni perezoso se
fue a la habitación de la yaya. Vio luz por debajo de la puerta y sin llamar
entró. La abuela respiraba con dificultad, incorporada sobre varios almohadones.
Caladas sus gafas, trataba de leer un pequeño libro. Carlitos fue hasta el
borde de la cama, se sentó y tomó la mano de la yaya entre las suyas. Sin
apenas mirarla empezó a contarle que el último día de clase había comido un
trozo de Navidad, olido y gustado la Navidad. La abuela cerró el libro y por
indicación de su nieto cerró los ojos mientras Carlitos fue repitiendo lo que
había retenido del último día de clase. No recordaba que en la habitación de la
yaya hubiera música pero… ¡él la sentía!, incluso la abuela decía ver los
sonidos y escuchaba los colores. Olían el verde del pino y se deslumbraban por
el dulce sonido de la estrella que coronaba el Portal de Belén que le habían
puesto sobre su cómoda.
El color de la vida volvió al
rostro de la yaya que de repente ya no precisaba de los almohadones para poder
respirar. Pidió a Carlitos que le ayudase a colocarse el batín y que le
acercase el bastón con el que solía apoyarse para caminar. Hacía casi dos meses
que no lo empleaba, el tiempo que llevaba postrada en cama. “Si tu seño se levantó tras el accidente que
me has contado, no voy a ser yo menos. Vamos a enseñar a esta familia como se
vive la Navidad”
La sorpresa de todos fue
mayúscula. “¡La yaya levantada!”, “…qué
buen color que exhibe”, “…vaya ánimo”…
Cuando llegó el momento de ir al
árbol para recoger los regalos como era tradición esa noche, la yaya pidió un
momento de silencio. Llamó a Carlitos a su lado y pidió que la acompañasen en
un brindis de agradecimiento. Ante el
asombro de todos dijo: “Gracias
Mari Luz por habernos permitido recuperar la Navidad”. Carlitos la acompañó
cerrando el puño y haciendo un gesto como si hubiese metido un gol con su
equipo, gritando por lo bajo “Bien”.
José Andrés Salazar
Navidad 2013
Sigue escribiendo q que lo haces muy bien y encima...te gusta! Que mas se puede pedir? ;)
ResponderEliminarMuchas gracias guapa. Te seguiré pidiendo opinión siempre.
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